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Ver antes la primera página en español con mucha información :
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Eduard Limónov : SOY YO, ÉDICHKA
Un libro sobre sexo, política, más sexo, celos, odio de clase y amor convertido casi en enfermedad.
El libro que dio la fama a Eduard Limonov, inédito hasta ahora en castellano: el salvaje relato de su llegada a Nueva York como disidente soviético.
Traductor: Ana Guelbenzu - Marbot Edicions 2014, rústica, 336 p.
Sinopsis:
Relato en primera persona de un joven poeta ruso que trata de encontrar su sitio en Manhattan,
entre los claustrofóbicos circuitos de la emigración soviética y el ajetreo alucinante de la capital del Mundo Occidental.
Limonov pisa tantos callos que el libro sólo encontró editor en París, donde se trasladó para proseguir su agitada vida, materia principal de su literatura....
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EL MEJOR TEXTO SOBRE ESTE LIBRO
Por Alejandro Hermosilla*****
Soy yo, Édichka es un libro visceral, corrosivo y, sobre todo, divertido. Una golosa acumulación de páginas que saben a derrota y mugre. Anarquía eterna, sinrazón y esperma mal utilizado. Derramado en las vaginas y culos equivocados. Una ruta sucia por Nueva York que mezcla con espontaneidad punk y ramalazos nihilistas, el goce con la desesperación. El placer y el hastío. Las ganas de vivir con las de destrozarlo todo.
Pega balazos al cielo con cada frase construyendo sin casi pretenderlo, un lúcido fresco sobre la superficialidad del mundo del arte, las trampas escondidas en las ideologías (muertas), la destrucción y apoteosis económica y el desquiciado sexo libre. Cómo la libertad sexual acabó con la de amar.
A mi entender, las autobiografías se dividen en dos grupos: aquellas en que el escritor oculta datos relevantes (o intrascendentes), sucesos, fechas, se cuida y superpone la visión que desea ofrecer de sí mismo encima de la verdad, y aquellas otras, en que lo cuenta todo. Muestra el lunar o la verruga. Los pies sucios y la bolsa de la ropa usada. Sin importarle parecer estúpido, ridículo o un egoísta infame. Básicamente, porque tiene demasiado respeto a sus lectores y probablemente a sí mismo, como para engañarlos. Obviamente, el libro de Limonov es de las segundas.
<------Enlaces de las paginas en español
Una confesión a medio camino entre un lúcido ensayo y un desahogo. Un vómito y una reflexión estoica. Un coito rápido en los lavabos y una meditación budista. Porque Limonov es inclasificable. O mejor dicho, -mucho mejor dicho- infatigable. A pesar de ser humillado, encontrarse empobrecido, vejado y expatriado siempre encuentra la forma de salir adelante. De no borrar la sonrisa. Continuar con optimismo hacia delante con una fe casi obscena, adolescente y absolutamente terrorista, teniendo en cuenta la sociedad, la norteamericana, desde la que narra sus constantes desvaríos y frustraciones, y el escaso respeto que profesan allí a los perdedores. Algo que a Limonov desde luego que no parece importarle. Le sirve para otear decadencia del mundo actual. Oler de cerca la mierda que desprende el capitalismo. E intentar darse prisa para follar cuanto más pueda antes del fin.
A Soy yo, Édichka, únicamente le falta un escupitajo del bohemio ruso, camuflado entre sus páginas, para ser perfecto. O tal vez que al abrirlo, sonaran algunos de los temas musicales que más se escuchaban cuando vivía en el sucio Nueva York previo a la era Reegan.
Porque es un texto adictivo. Montones de frases acumuladas unas junto a otras que parecen testículos, montañas de piel acumulando semen, guitarrazos o bañadores baratos en piscinas de lujo. Las memorias del subsuelo del ocaso comunista. Una visión prematura de la Perestroika más de una década antes de que este acontecimiento histórico tuviera lugar. Una canción de Ramones fusionada con la letra política de una de The Clash, escuchada incesantemente en un garaje cerrado por varios adolescentes. Guerrilla subversiva e irrespetuosa. Una mezcla entre un vodka de alta graduación y una bebida energética. Delicuencia libertaria. Y, sobre todo, un testimonio veraz sobre "la voluntad de vivir".
Porque si algo destaca en el texto, es la energía que transmite. El chorro de aire que introduce en los intestinos del lector. Algo que entiendo que diferencia estos extravíos callejeros repletos de sexo y alcohol, de los de un Bukowsky.
Pues, al fin y al cabo, el harapiento norteamericano componía textos que eran heridas. Grietas en el hígado. Poemas de una tristeza y sordidez que su sentido del humor en vez de opacar, acrecentaba. Eran la voz quebrada, vieja ya, de un hombre empobrecido. Roto. Que follaba casi llorando. Como un saxofón arrojado al suelo.
Y al contrario, los textos de Limonov son un cántico a la resistencia. Un "no me vencerán" pronunciado en voz alta y fuerte. Alocamiento perpetuo y fe adolescente. Hormonas incontrolables que dan como resultado un torbellino de palabras. Hedonismo recubierto de odio político visceral. Ingenuidad asesina. Y una lucidez a medio camino de lo temerario, lo ridículo y lo visionario. Arthur Rimbaud metido a chapero de la construcción. O humorista en una revista porno. En fin, una sobredosis de realidad y malas experiencias, aguantadas con el ánimo de un boxeador y por el deseo de destruir los rascacielos. Poner una bomba en la jaula psicoanalítica actual. Y matar no tanto al padre sino al listo que guarda el dinero de medio mundo en sus bolsillos. Sea quien sea y cueste lo que cueste.
Yo soy Édichka es aparentemente un recuento de amoríos y encuentros sexuales. El relato de un desvirgamiento homosexual y un amor incontrolable e idealizado hacia una modelo que termina prácticamente convertida en puta de lujo.
Pero, en realidad, todos esos incontrolable polvos excelentemente descritos no son más que arsenal narrativo en combustión. La mecha de una bomba que nunca estallará.
Porque el libro es ante todo, un retrato feroz de la decadencia occidental. La necesidad de vivir para destruirlo todo. Una radiografía precisa de la disolución cultural y familiar. Y un lienzo en negro que muestra sin anestesia y con absoluta claridad, la progresiva descomposición del alma rusa. El extravío de su espíritu y su desorientación que décadas después, permitirían el ascenso de Putin al poder. Otro de esos enemigos de un hombre, Limonov, que si ha dignificado la profesión de escritor, ha sido precisamente por su lucha a muerte contra el poder. Vivir cada día como si fuera el último y escribir cada frase como si el lápiz se estuviera introduciendo en la vagina de una de sus amantes o en el culo de alguno de los hombres que se folló. Convirtiéndose tanto en un agitador cultural como corporal. Un camión literario transportando montañas de metáforas y semen eslavo. Shalam
Alejandro Hermosilla
Gran entrevista de Alejandro Hermosilla :
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ÉDICHKA
Para Eduard Limónov, los conflictos separatistas tienen mucho que ver con el deseo de las élites provincianas de alcanzar un estatus de gobernantes y líderes en países nuevos.
Eduard Limónov
La publicación en España del libro de Eduard Limónov,Soy yo, Édichka, sirve para acercarnos a este escritor, asociado con el nacionalismo nostálgico ruso, que fue retratado por Emmanuel Carrère.
Apareció en Francia en 1979 con el ridículo título de El poeta ruso prefiere los negros grandes, porque entonces al mercado lo que más le atraía del autor eran los encuentros homosexuales en su desatada vida precaria como exiliado en Nueva York.
Pero leído hoy lo más atrayente resulta el retrato del desarraigo. Exactamente igual que los exiliados románticos de la Rusia zarista del XIX expresaban su frustración, una vez instalados en Francia o Inglaterra, porque aunque habían ganado la libertad de expresión habían perdido el vínculo con la sociedad y el contexto al que pertenecían, también los últimos exiliados de la URSS en la segunda mitad del siglo XX sobrevivían en el mundo occidental desgarrados de su cultura.
Y en el apasionante relato de Limónov hay una salvaje mirada al páramo alrededor.
Para él, los conflictos separatistas tienen mucho que ver con el deseo de las élites provincianas de alcanzar un estatus de gobernantes y líderes en países nuevos, aunque la experiencia resulte fallida a la larga. Defensor a ultranza de que la mejor medicina contra los delirios de raza es la mezcla de sangre hasta diluir las diferencias de patria, religión y origen, el derrotero lo ha terminado por convertir en un firme opositor a Putin.
Ignacio Torreblanca nos advertía en un artículo reciente sobre el desafío bélico de Rusia al mundo y en el mundo televisivo, el canal ruso RT resulta ser una muestra de la potencia del país, con su discurso a la contra y muy persistente, que ofrece información diaria sobre la posición rusa.
Lo que hemos apreciado durante el conflicto con Ucrania, la ya famosa no-guerra que tantas víctimas se ha cobrado, incluido un avión comercial cargado de pasajeros, es que en las fronteras europeas se sigue dirimiendo un pleito territorial de siglos. Quien creía vivir en un espacio curado de esos espantos, más vale que siga instruyéndose en el pasado para comprender el futuro.
El relato de Eduard Limónov, desgarrado y desafiante, es un buen recorrido por la mentalidad íntima de quienes son hijos de aquel país.
David Trueba
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En el suplemento del Pais,BABELIA
17/01/2015
Por el escritor KIKO AMAT
MALDITO POETA RUSO
Cinco pistas sobre... Eduard Limónov.
Egocéntrico, punk, dandi y romántico, Limónov vuelve para contar su vida en SOY YO, EDICHKA.
1 - Es el rey de la primera persona.
Eduard convierte su vida en mito, y toda su obra circula alrededor de
ello. «La única leyenda viva que le interesa es él», sugería Emmanuel
Carrère en «Limónov» (Anagrama).
Eduard Limónov es un egocéntrico loco que solo sabe hablar de sí
mismo, pero lo hace con tal belleza, humor, patetismo y éxtasis que
convierte cada batallita en un momento trascendente.
Édichka también es un bocazas: no hay escritor más petulante y chulo
que él. Pero a la vez es un tipo honesto, leal y muy generoso. No es
un hipócrita ni un cobarde, y mucho menos un cínico. Podrá arrearles
un taburetazo, pero nunca por la espalda, y solo cuando realmente lo
merezcan.
2.Es un romántico
Lo que implica que su primera persona puede ser más o menos fiable
dependiendo de lo contado. Como Nik Cohn, Limónov no deja que la
verdad se entrometa en una buena historia.
Mentiroso compulsivo, cuentacuentos supremo, amante de la visión
épica, la hipérbole y la exageración patológica, Édichka explica su
propia existencia desde el über-romanticismo de un poeta guerrero en
plena epifanía. Importa poco si la viñeta narrada le deja como un
superhombre o un gusano asqueroso: lo crucial, entiéndanlo, es el
impulso.
Su voz en «Soy yo, Édichka» (Marbot Ediciones) ostenta megalomanía
tiznada de pavor, pasión-con-demonios, apocamiento que puede
tornarse furia esquizoide, odio de clase y hambre por la vida.
3.Es un dandi
Limónov ama la ropa. En sus inicios incluso alardeaba de ser un
«sastre autónomo». Aunque hace años que Eduard solo maneja un
inquietante look Trotsky + mosquetero facial, combinado con tabardos
negros de la Armada soviética y pantalones de paraca, en «Soy yo,
Édichka» le vemos luciendo acampanados blancos, trajes de tres
piezas color malva (agh), cazadora de cuero con pajarita (ugh), botines
puntiagudos, camisas de chorreras y otros atentados estéticos contra
la salud mental.
4.Es un punk
Y no solo porque en su etapa neoyorquina fuese fan de Ramones o
Talking Heads o porque en su juventud editara fanzines de poesía.
Es un punk porque se limpia las ancas con el canon de la alta cultura,
con los popes del establishment y «no ama las peregrinaciones
literarias ni a los barbudos del XIX». Se mofa de la bohemia de su
Járkov natal (y, en «Soy yo, Édichka», de la bohemia rusa
neoyorquina), de sus chaquetas casposas y reverencia por los
clásicos, así como rechaza la idea underground del fracaso como acto
noble.
5.Es un hombre con biografía.
Sí, su vida es ligeramente distinta a la de, por ejemplo, Martin Amis.
Édichka fue delincuente fallido en Jártov, airado dandi del
underground moscovita, punk ruso en Nueva York que terminó
sodomizado por un homeless, mayordomo de un multimillonario,
celebridad literaria en París, voluntario en la guerra de los Balcanes
(¡por el lado serbio!), fundador del Partido Nacional-Bolchevique, reo
de varias cárceles, miliciano nasbol en Kazajistán, convicto por
terrorismo y filofascista ocasional, entre muchas y terribles cosas.
Quizás piensen que está como una chota, pero desde luego es de los
tipos más interesantes que llegarán a conocer jamás.
Kiko Amat
Las memorias de Eduard Limonov sobre sus primeros años de emigrado en Nueva York solo encontraron editor en París.
Tal vez temiendo que el libro pudiera pasar desapercibido —su autor era casi un desconocido en Occidente; no así en Rusia, donde tenía un gran cartel como poeta underground—, optó por cambiar el título original ruso por otro bastante más picante: El poeta ruso prefiere a los negrazos.
En este caso, sin embargo, el explícito intento de épater le bourgeois encaja perfectamente con el contenido del libro, donde el sexo es omnipresente y no conoce barreras de pudor, de orientación y por momentos de cordura, la política resulta de todo punto inseparable de la violencia, y el odio de clase más démodé preside la relación con la mayoría de sus conciudadanos. El amor —pues se trata de una historia de amor— se parece más que nada a una enfermedad.
El título original, Soy yo, Édichka, sitúa en cambio este radical gesto literario de afirmación personal en el cambio de piel que suponía cruzar el telón de acero en los años setenta.
Hundido en el anonimato y la indigencia a la que el cambio de códigos abocaba a la mayor parte de los emigrados rusos, Limónov responde —dejando atrás la poesía, irreconocible también para él al otro lado del telón— con una prosa autobiográfica y furibunda, inmediata, casi de batalla, que unas veces se compara con Henry Miller y otras con Jack London, principalmente a cuenta de su fuerza y arrebato.
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Un joven ruso poeta y disidente de las políticas soviéticas vive en Estados Unidos en busca de un lugar en el mundo.
El ruso en cuestión, Limónov, o sea, Edichka, tiene una mirada muy incómoda, inconformista, y lo plasma magníficamente en un libro que, publicado en francés porque no encontró ningún editor anglosajón con narices para darle una oportunidad, le convirtió en un escritor de renombre.
Nunca se había publicado en castellano y se hace ahora después del éxito el año pasado de ‘Limonov’.
Es duro, underground y ácido, pero su estilo es limpio y ameno, pues de otro modo es imposible soportar un libro de memorias de un tipo que, en realidad, no relata un periodo de vida brillante, sino un momento de pura y dura supervivencia en un entorno hostil.
Nueva York no es lugar para viejos ni niños ni débiles, y aunque son muchos los inmigrantes que se buscan allí la vida, esa vida se paga caro.
Limonov, además, ejercía de lobo solitario a finales de los años 70, herido por la pérdida de Elena, la que fuera su primera mujer (“un bellezón”, según la describe en alguna ocasión, con la que emigró a mediados de la década setentera), sin hablar bien inglés, resentido por su falta de oportunidades como poeta, y con trabajos insustanciales (asistente de camarero en un hotel de lujo, colaborador en revistas rusas).
Limónov avanza lento pero con sustancia en un libro donde describe, entre otras cosas, una relación homosexual en mitad de la calle del mismo modo que explica su desprecio por los rusos que se aferran a la Madre Patria por una melancolía desparramada por los portales del hotel que les acoge.
Esa melancolía es uno de los pocos sentimientos que apenas aparece en un relato donde hay de todo, y mucha vida también. Interesante, a contracorriente, políticamente incorrecto, divertido y transgresor. No es la locura, pero deja recuerdo.
DAVID BURGUERA
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Alberto Gomez Vaquero, en Mundo Critico.
Hay personajes tan alocados y extraños que parecen irreales. Personajes que si se convierten en escritores acaban destacando por encima de sus propias obras, de las que muchas veces se hacen a sí mismos protagonistas. Acaso por ello el libro de Limonov que mas recorrido haya tenido en España hasta la fecha no haya sido ninguno de los escritos por él, sino la biografía que sobre el escribió Emmanuel Carrère y que publicó Anagrama.
Y eso pese a que, en realidad, las obras de Limónov son ya, per se, una biografía. Porque como Miller, Limónv sólo habla de Limónov. SI bien, frente al autor norteamericano (en el que el surrealismo y el monólogo interior tenían una gran importancia), el ruso es pura acción, puro ir y venir entre ráfagas de reflexión, ansias de amor y necesidad de supervivencia.
Porque en “Soy yo, Edichka” El Limónov que no encontramos en un emigrante ruso de la Guerra Fría que se ha asentado en los Estados Unidos y que vive del subsidio. Entre otras cosas, porque no quiere trabajar. Al menos, no en otra cosa que no sean sus versos:
La esclavitud que supone el trabajo en las ciudades contemporáneas (un trabajo deshumanizado, que muchas veces ni permite comprar el producto que se fabrica), será uno de los grandes temas del libro. Porque, como en el chiste de “Los lunes al sol”, lo que Limónov descubre al llegar al otro lado del telón de acero es que no sólo todo lo que le han contado del comunismo es mentira, sino que todo lo que le han contado del capitalismo es verdad.
El otro gran tema es la falta de amor; de amor personal, sí, pero también social, humano. Édichka, recorriendo todas las calles de Nueva York arriba y abajo, acostándose con hombres y mujeres busca, sobre todo, amor. Y en concreto, ser amado: entregarse y que alguien, dice, le mime y le cuide. Y en esa búsqueda de alguien que lo ame, Limónov se arrima siempre a los torcidos de la vida, a los que tienen tanto hambre como él, a los marginados: como si la vida fuera una ecuación matemática en la que dos negativos pudieran dar un positivo.
Por supuesto, apenas logra nada, pues sigue enamorado. Y es que al comienzo de la novela, y en repetidas ocasiones a lo largo de ella, Limónov nos informa de que había sido feliz, de que tenía una mujer hermosa y ella lo ha abandonado. Esa mujer, como la que provocó la guerra de Troya, se llama Elena. Su búsqueda de amor es sólo una manera de tratar de olvidarla.
En el más maravilloso capítulo de la novela, el séptimo, titulado “donde ella hacía el amor”, veremos a Limónov visitar, en un ataque de masoquismo, el estudio donde su mujer lo engañaba con un pintor: el hombre por el que acabó dejándolo:
Un capítulo de una honestidad cruel, como el resto de la obra. Una obra que se lee con cierta ansia, riendo y maldiciendo a partes iguales y gracias a la cual, cuando uno llega al final, tiene ganas de salir corriendo a ver qué más se ha publicado de Limónov en nuestro país, descubriendo que sólo hay otros dos títulos disponibles: “Historia de un servidor” e “Historia de un granuja”, ambos en la pequeña editorial Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
Por cierto, que si uno investiga otro poco descubre que Limónov es hoy el líder de un partido blochevique y uno de los más destacados opositores a Putin en Rusia.
En cualquier caso, “Soy yo, Édichka” es una alegría y una sorpresa; es, con claridad, una de las mejores novelas que se han publicado en este 2014 por lo que tiene de crudeza, de realismo, de honestidad y, en resumen, de Vida; y es, esperamos, la primera de unas cuantas de este autor que deberían publicarse ya, mañana mismo, en nuestro país.
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Aqui la critica de César Rendueles en eldiario.es :
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El agitador - 22 enero 2015
Muchos lectores españoles descubrimos en 2013 dos cosas bien importantes. La primera, que Emmanuel Carrere era un autor muy muy grande. La segunda, que Eduard Limonov era un personaje muy muy grande.
Carrere es un escritor y guionista francés cuya consideración general no deja de crecer y crecer. En el pasado escribía ficción (dos de ellas, “Una semana en la nieve” y “El bigote”, muy oportunamente reeditadas por Anagrama hace escasos meses) pero ahora prefiere la realidad...///...///
Con “Limonov” Carrere dio un importante salto cualitativo. Aclamado por la crítica, compartido, regalado, recomendado por sus miles de lectores, se ha convertido casi en un fenómeno viral.
El relato de los últimos setenta años de la historia de Rusia en la piel de un descastado. Otra vez evita Carrere la ficción. ¿Para qué molestarse en inventar si ahí afuera hay tipos tan inabarcables como Eduard Limonov esperando a que alguien los convierta en literatura?
Nacido en provincias, en plena guerra patriótica, hijo de un oficial de bajo rango del KGB, Eduard Veniamínovich Savenko quiso desde muy pequeño destacar.
Poeta incomprendido, escritor superdotado, perro apaelado, follador impenitente, rebelde sin causa en la patria de los trabajadores, Limonov intenta sobreponerse a su gris destino de paria en el país que parecía haber acabado con las castas.
Rodeado de perdedores, delincuentes y marginados nunca alcanzará la gloria literaria ni la consideración que sí alcanzarán otros figurones de la escena cultural soviética, como su denostado Joseph Brodsky.
Emigrado a Nueva York en los setenta, arrastró su descontento por la ciudad que nunca duerme y en la que él se dedicó a caminar sin rumbo, comer sopas de col fermentada en sucias habitaciones de hotel, copular con afroamericanos en descampados frecuentados por las ratas y pasear su obsesivo desamor por las avenidas atestadas de felices ciudadanos del primer mundo.
El fruto de aquella aventura fallida es “Soy Yo, Edichka” una espléndida novela hasta ahora inédita en España publicada hace apenas un trimestre por Marbot Ediciones para regocijo de todos los limonovianos.
Leer “a” Limonov resulta tan gratificante como leer “sobre” Limonov. Si el relato de Carrere sobre Limonov consigue despertar en el lector un interés desmedido por el primer poeta del underground ruso, el relato de Limonov sobre si mismo consigue convencernos de que no es solo su vida agitada y su esforzada búsqueda de un destino siempre esquivo lo que nos atrae de él.
“Soy yo, Edichka” apesta a vodka barato y a bilis reconcentrada, a semen solidificado y a caviar. Nos recuerda a Bukowski y a Holden Caulfield, a Lenin y a Coco Chanel. Pero sobre todo rezuma una contagiosa energía narrativa que hace de su lectura un intenso y persistente placer. En realidad, nada que antes Carrere no nos hubiera prometido, nada que los lectores no esperáramos encontrar.
Tras Nueva York, Limonov vivió bastantes años en Francia, tradicional parada y fonda para el exilio ruso, donde escribió poemas, novelas y artículos en prensa, alcanzando cierta notoriedad.
La caída del muro le arrojó de nuevo en los brazos de la madre Rusia no sin antes haber saludado a Radovan Karadjic en las colinas de Sarajevo, donde, inoportunamente, la BBC le grabó mientras practicaba el tiro al blanco con los bosnios.
A su larga militancia literaria se unió su nueva vocación política. En 1992 fundó el Partido Nacional Bolchevique, una extraña mezcla de nacionalismo eslavo y comunismo, de tradicionalismo derechista y vanguardia del proletariado, convirtiéndose, junto a Kasparov, en uno de los principales enemigos de Vladimir Putin.
A consecuencia de ello Putin ilegalizó el partido “Nasbol” en 2007 y puso a Limonov entre rejas. Hoy, gracias a Carrere, Eduard, “Edichka”, Limonov es un personaje conocido en medio mundo y, gracias a si mismo, un escritor descomunal que los lectores españoles empezamos a valorar como se merece. No se pierdan a ninguno de los dos.
Jesús Cirac
ALGUNOS PASAJES DEL LIBRO :
Seleccionados por http://ellenguajedelospunos.blogspot.fr/
NACIONALISTAS PROVINCIANOS
Entonces no expresé mi opinión secreta de que a los pueblos no les corresponde el derecho a separarse, sobre la base de un nuevo Estado donde un montón de intelectuales provincianos del lugar se erigirán en grandes gobernantes, sembrando más atraso y barbarie en el mundo, sino el derecho a unirse. Lo que se necesita es una mezcla total de todos los pueblos, rechazar los prejuicios nacionalistas, "la sangre" y otras chorradas parecidas, en nombre de un mundo unido, incluso en nombre del cese de las guerras nacionalistas, solo por eso vale la pena mezclarse. Mezclarse biológicamente, poniendo en peligro las nacionalidades.
AMORES Y GENEROSIDAD
No me puse pesado con ella, pero si tenía un vino bueno y éramos amantes, no sé por qué no me lo daba, no podía entenderlo. Además, yo no me quejaba de nada. ¡Pero si yo, siendo pobre, ofrecía unos banquetes a mis invitados en Rusia que madre mía! Para celebrar mi cumpleaños, por ejemplo, iba con los amigos al mercado y compraba medio saco de carne, señores, y llamaba a cuarenta personas, compraba alcohol para que cada uno tuviera suficiente según los cálculos rusos: una botella de vodka por chico, y una botella de vino por chica. Me gastaba todo el dinero, hasta el último copec, a veces pedía prestado, no tenía cuentas en el banco, me interesaba poco el mañana. "Cada día trae su propio afán", como decía mi abueña Vera.
NUEVA YORK EN LOS 70
Me daban clases en un centro social de la Avenida Columbus, cerca de la calle Cien. El centro no llevaba tanto tiempo
construido, pero nuestra aula parecía casi en ruinas: ventanas rotas, las paredes ennegrecidas por los incendios y todo tipo de moho y bichos que salían directamente a la calle. Es como si Nueva York se corrompiera por los márgenes. Los
barrios limpios ocupan mucha menos superficie que el inmenso mar de barrios deshabitados o medio habitados, horribles en su destrucción casi de estado de sitio. Donde yo estudiaba había como mínimo diez edificios así, entre Columbus
y Central Park. Incluso diré que el manual con el que estudiábamos (éramos diez mujeres de la República Dominicana, una de Cuba, una de Colombia y yo, el único hombre de la clase) se titulaba No hay agua caliente
todas las noches. Hablaba de gente que vivía más o menos como la del barrio, rodeada de todas las desgracias posibles.
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AQUI LA PRIMERA PAGINA : (en francés)
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CONTACTO : tout.sur.limonov@gmail.com