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Una biografía del desengaño
El libro de Emmanuel Carrère "Limónov" resulta una buena herramienta para la comprensión del entorno más
próximo
05.03.2014 | 03:13
Pablo
Huerga Melcón
La Nueva España - Oviedo
Tres ediciones consecutivas lleva este libro magnífico, "Limónov", a lo largo del año 2013.
Profusamente premiado en Francia, ha recibido unas críticas estupendas
en diversos medios de comunicación. El libro, desde luego, lo merece.
Emmanuel Carrère (París, 1957) ha escrito una biografía magistral, la vida del conocido escritor Eduard Veniamínovich Savienko, alias
Limónov. El material sobre el que trabaja da mucho de sí, porque la vida de Limónov es ciertamente extraña, como de otra época y al mismo tiempo profundamente nuestra, pues Limónov y su vida, como la de Carrère,
forman parte de nuestro presente histórico.
La biografía de Limónov es una biografía del desengaño generacional de Occidente. Y nada mejor para escrutar ese nuestro desengaño que recurrir a un Limónov,
a un hijo de la URSS, en el momento en que acababa de darle el primer zarpazo al nazismo en la batalla de Stalingrado; nacido en la sociedad socialista soviética dirigida todavía por Stalin el grande -como lo ha llamado Anselmo Santos en su magnífico
libro-.
No lo ven así sus críticos: para los comentaristas del libro, desde luego, el asunto de Limónov se libra en Rusia y allá ellos (como reza el título de la magnífica novela de Daniel Chavarría);
al fin y al cabo, es el eterno problema ruso una y otra vez redivivo, antes y después de la URSS.
Pero no, no es solamente un asunto ruso, es un asunto de todos los que vivimos tratando de digerir el discurso legitimador cada vez menos
convincente de la democracia capitalista y bonachona, la que unió las dos Alemanias, la de los derechos humanos, la que llevó al desgraciado de Gorbachov a echar por tierra irresponsablemente su país, abrumado por su fanatismo democrático,
mientras las hienas de Occidente, Thatcher, Reagan, Bush senior, se reían a mandíbula batiente y le daban palmaditas en la espalda.
La magnífica receta "democrática" rusa de los noventa: liberalización de los
mercados financieros, privatización masiva, austeridad fiscal, desregulación laboral y deslocalización empresarial (Stiglitz), es la doctrina de la Unión Europea hoy en día.
Y ahora los Limónov, toda
la generación que, nacida en la URSS, sigue viviendo hoy comienza a añorar lo que ya no tiene remedio.
Y es que la cita con la que se abre el libro no puede ser más elocuente: "El que quiera restaurar el comunismo no tiene
cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón", si no fuera porque la ha dicho Vladímir Putin. Al fin y al cabo el capitalismo representa la razón, lo inteligente, lo "lógico", mientras que el comunismo es un proyecto político
ideal, utópico, "lo-que-debería-ser" si los hombres se guiaran por su bondad. Pero en la tesis del racionalismo capitalista se esconden argumentos demagógicos inaceptables, aquellos que alimentan el fundamentalismo democrático.
Curiosamente,
ese fundamentalismo a lo Gorbachov se presentó en su momento al revés.
Recuerdo de pequeño cuando veíamos jugar al fútbol en la tele al equipo soviético en las grandes competiciones internacionales.
Siempre se oía la misma cantinela: estos soviéticos no tienen corazón, juegan al fútbol aplicando el racionalismo científico, sin rastro de pasión; actúan como robots. Por eso, al final siempre acababan perdiendo,
porque les faltaba esa chispa de pasión que ponían los jugadores de los equipos de los países capitalistas.
La película "Danko", de Walter Hill (USA, 1988) donde un policía soviético tenía
que trabajar con un policía americano en Chicago en una misión, abunda en la misma idea: aquí el soviético es frío y calculador, un robot como Swartzenegger, mientras que el americano era cálido, bondadoso y emocional.
Al final el soviético se siente enternecido con el americano y viceversa, demostrando que son muy humanos.
Sin embargo, actualmente la perspectiva se ha invertido: resulta que el capitalismo es racional, mientras que el comunismo
es emocional, cándido incluso. (Seguramente es la propia noción de razón la que ha cambiado desde entonces, porque si en la época de la URSS el racionalismo venía representado paradigmáticamente por las ciencias y
las tecnologías, en la actualidad se entiende por racional la conducta supuestamente dirigida por el egoísmo natural sin escrúpulos inscrito en los genes, al estilo de "El Lobo de Wall Street").
Limónov comenzó
odiando la URSS en la figura de su propio padre, un chekista de batallón que trabajaba en el trajín de los presos y los campos de trabajo.
Pero él no era tampoco un señorito sino un joven de barrio, y cuando se
fue empujado por el underground a Nueva York no lo hizo en el marco de la disidencia bien pensante y aupada por Occidente. No era un niño mimado del Occidente anticomunista, sino un desgraciado aspirante a escritor, rebelde sin causa que salió
de su Járkov natal (hoy Ucrania, por cierto) porque el ambiente provinciano le asfixiaba.
Las pasó bastante canutas en Nueva York y no hizo una buena vida, pero el trato con las élites rusas del exilio le acabó
por convencer de que la URSS no merecía ser tergiversada de esa manera maniquea a la moda de Solzhenitsyn o Sajarov (una leyenda negra que ha podido ser desmantelada por autores disidentes como el propio Alexander Zinoviev, o historiadores como Doménico
Losurdo).
Se colocó en un lugar equidistante entre la decadencia soviética y la disidencia democrática, en el marco de una rebeldía que tampoco se tragaba esa historia antisoviética del Imperio del mal
de Kapuscinski.
El síndrome del fundamentalismo democrático hizo desaparecer la Unión Soviética, derrumbada en la imagen patética de Gorbachov bajando del avión que lo traía de sus vacaciones
en el mar Negro.
Y como la cosa no iba lo suficientemente bien, cuando los propios disidentes comenzaban a dudar de que el nuevo modelo recién estrenado les trajera verdaderamente algo bueno, ya Yeltsin se encargó de resolver
las dudas a lo bestia, disparando los tanques (esos tanques herederos del T34 que acabó con Hitler en la batalla de Kursk) contra la Duma. Y así, a cañonazo limpio, se impuso el nuevo modelo democrático.
Es
verdad que el régimen mafioso que se hizo con todo en Rusia y las nuevas repúblicas era mejor que la guerra civil que amenazaba, pero seguramente nadie esperaba la miseria reinante, las desigualdades sociales, el abuso de poder y el desmantelamiento
de la soberanía nacional rusa -esto es, de su capa basal-; una nación que ahora era humillada -como tuvo ocasión de comprobar el propio Limónov a su vuelta a Rusia- por los nuevos ricos y sus más que dudosos métodos
para alcanzar su nuevo status.
En medio de este caos va a Yugoslavia y acaba alistándose en el ejército serbio, no quiere ser solamente un escritor que visita el escenario de la guerra, toma partido y quiere contribuir como soldado.
La experiencia no es muy edificante, así lo recoge Carrère, pero invita a considerar la situación de los países comunistas después del descalabro del bloque del Este.
La democracia esperada llegaba en forma de
latrocinio masivo de lo público, de guerras civiles e intervenciones extranjeras, de expansionismo económico alemán, de guerras "justas", golpes de estado, pucherazos sistemáticos, descalabro de los pueblos y revoluciones de diseño.
¿Y
cómo nos llegó a nosotros, en España? Salimos del franquismo con la ilusión de la libertad -sin ira-, la "libertad para colocarse", como decía Tierno Galván. Pero aquella libertad sirvió de coartada para las
privatizaciones masivas, siempre según intereses partidarios, para seguir alimentando sus propias maquinarias, bancos públicos, empresas de energía, siderurgia. Todo, y sin escrúpulos.
Si en Rusia Limónov ha conseguido
hacerse un personaje público conocido, un escritor de mucho éxito, perseguido por Putin, líder de un partido con aspecto fascista, pero extrañamente puritano y rigorista, en España el nacionalismo ruso se convierte en nacionalismo
catalán, andaluz, gallego o vasco, y otros que vendrán. (Parece como si no pudiera hacerse frente al fanatismo democrático sin romper el discurso.) En fin, un libro imprescindible para profundizar en la comprensión de nuestro propio
destino.
Pablo Huerga Melcón
http://www.lne.es/opinion/2014/03/04/biografia-desengano/1551468.html?fb_action_ids=10201425958797563&fb_action_types=og.recommends&fb_source=other_multiline&action_object_map=%5B1428547660723010%5D&action_type_map=%5B%22og.recommends%22%5D&action_ref_map=%5B%5D
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